ilustraciones

mujeres que viven dentro de monstruos

 

Y entonces ella se quedó dentro de la ballena y un grueso manto la protegía del resto. Ya no recordaba si tan solo lo había hecho porque zapatos rojos hacían juego con su entorno, o por escapar de miles de millones de malos ojos.

Por las tardes. Había perdido la noción del tiempo pero siempre supo reconocer el olor de la tarde: ese olor a amargo de café que invadía cada rincón de las costillas de ballena. Ella por las tardes esperaba.

Un café y punto y aparte.

Volivía todo de nuevo. viejas repeticiones interdiarias. Pensó en algín momento que saldría de aquel amable cetáceo, pensó por instantes que volvería a escuchar la voz. Soñaba con reinas y corazones pero nunca con castillos.

La última vez cambiaba un bombillo en el techo de la ballena.

 

 

Fosa nasal, faringe, glotis y esófago. Inicio del trayecto. Ida y vuelta diaria para instalarse en el estómago de aquel hombre. Limo verde y mariposas amarillas, Fabulado. Enamorado.

De once a once a tres y treinta y tres. Elásticas las horas, una a una las mariposas. Desenamorar.

De su rostro no quedaba nada, todo había sido devorado por sanjuaneras mariposas.

Vuelta al exterior. Ni promesas ni piezas sanitarias, ella había decidido no creer. Ahora solo entrasca lepidópteros en el estómago de aquel hombre. Gigante.

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